22 diciembre 2017

UNA NOCHEBUENA MUY PECULIAR

...POR KURT SCHLEICHER

Kurt nos remite el siguiente texto con el deso de felicitarnos Las Pascuas a todos a través de él.


—“Ya estamos en Navidad; ¡qué horror!” — me dije aquella fría mañana de diciembre de 2017.
A mi alrededor todo está oscuro. Trato de vislumbrar algo, pero no puedo ver los detalles. Parece que estoy confinado en un pequeño cuarto, eso sí, con muchas comodidades  frente a lo que tenía por costumbre, de forma que aún debería darme por contento. Antes de estar aquí estuve en una especie de campo de concentración junto con otros compañeros de infortunio; aquello era desde luego más desagradable. Lo malo es que ahora estaba muy solo, sin la compañía que me hacían los demás, pero también la comida era mejor; vaya lo uno por lo otro.
Asomando con dificultad la cabeza, podía ver que el lugar en el que me encontraba era un amplio chalet aislado en una rica urbanización cerca de Madrid. Los dueños eran una familia “bien”, con posibles, como se decía antes. El padre parece ser que es un afamado médico, creo que cirujano plástico, de ésos que ganan un pastón por quitar un par de lonchas de grasa y hacer creer al enfermo (mejor llamarle víctima) que ya tiene un aspecto magnífico, pese a la multitud de colgajos que le han dejado. La verdad es que se comporta conmigo con displicencia, manteniendo las distancias; sin embargo, no me gusta nada cómo me mira. No me fío de él. La madre, por el contrario, es toda una señora, me trata con disimulado afecto, pero también manteniendo distancias, como si yo fuese un ser inferior poco digno de relacionarme con ella.
Luego están los niños, bueno, ya no tan niños; el pequeño tiene quince años y es una especie de mula parda, grande y rechoncho. Además es un cobardica; cada vez que me mira rehúye la mirada ¡como si fuera yo a hacerle algo, pobre de mí!
Falta la niña, un año mayor, con unos esplendorosos dieciséis años. Ésta sí que es un encanto; es preciosa con sus ojos de color mar al atardecer y me ha demostrado varias veces ya que me tiene cariño. No parece que me tenga miedo y suele acercarse a mí para consolarme, como si supiera de mis penurias anteriores.  Me da la sensación de que me estoy enamorando, pues mi única ilusión de cada día es poder verla. Su presencia es lo que me mantiene vivo; gracias a ella no pierdo la esperanza. Ya sé que es muy joven, que es imposible que pueda alguna vez mantener una relación con ella, y mucho menos yo, con lo feo que soy. No debo olvidar que soy de otra raza y mi aspecto me delata enseguida, pues soy negro, y además de un negro zaíno, como los toros. No soy un negro lustroso, como algunos que se ven por ahí.
La verdad es que soy un paria. En estas fechas en las que los cristianos – yo no lo soy – celebran eso que llaman “Navidad” y presumen de dar calor al prójimo y proteger al necesitado, la impresión que tengo es que sólo piensan en comer, pero para ellos mismos, no para los demás. ¿Es que la Navidad sólo se puede celebrar comiendo?
Que en pleno siglo XXI exista todavía esclavitud, no deja de ser sorprendente. La verdad es que nunca he entendido bien lo que significa ser un esclavo, pero yo lo debo ser, pues mi amo, el médico, tengo entendido que me ha comprado; estoy casi seguro. Hombre, me ha hecho un favor al sacarme del campo de concentración aquél, pero no sé lo que pretende de mí; no me lo ha dicho. Mi única esperanza de salvación es mi amada, que me ha demostrado siempre cariño; espero que no me falle.
Cada vez que lo pienso, me irrito más; ¡estoy aquí encerrado y no he hecho nada para merecerlo! ¡Yo también tengo mis derechos constitucionales! ¿Por qué no puedo ser libre? Tengo varios primos, eso sí, más guapos que yo, que gozan de una libertad envidiosa. ¿Es que no tengo derecho a ser como ellos?
Estábamos ya en vísperas de Nochebuena. Empecé a oír voces, que me sacaron bruscamente de mis reflexiones. Agucé el oído. Era una voz masculina, fuerte y ronca. Se trataba de D. José, el pater familiam.
—A ver, Susana y Carlos — el tono del padre era autoritario, como siempre, dirigiéndose a sus hijos — mamá y yo tenemos que salir, pero es mejor que no vengáis; primero tengo que pasar por la consulta y después nos meteremos en el follón del centro de Madrid para comprar unas chucherías que nos faltan. No tardaremos mucho, pero es posible que se nos haga tarde. Que no me entere yo de que habéis hecho alguna trastada; mucho ojo, o me las pagaréis…
—Podéis aprovechar y ver la televisión o jugar con la consola; hoy os damos permiso ilimitado — intervino Carmela, la madre, conciliadora y tratando de quitar hierro a las amenazas de su marido con una leve sonrisa.
—Sí, papá, gracias mamá — dijeron los dos a coro, como si se hubieran puesto de acuerdo, eso sí, con cara de aburridos y mirando al cielo con resignación.
“Parece que ya se han marchado”, me dije a mí mismo al oír el ruido de la puerta cerrándose.
Me figuraba yo que iba a tener una tarde aburrida, si es que los chicos se fueran de verdad a jugar. “¡Cómo me gustaría que viniera Susana a verme!”, pensé con ensoñación, pero con pocas esperanzas de ello.
Volví a mis reflexiones. La verdad es que me sentía muy solo, y más desde que ya se había echado la noche encima. Me parecía ser un pájaro enjaulado, andando de una punta a otra del cuartucho en el que estaba. Yo me había creído que en los tiempos actuales, las costumbres habrían evolucionado y que la gente fuera más civilizada, pero no era así. Con los de mi raza no tenían piedad; ¡qué mal les habíamos hecho! ¡Ni en Navidad cambiaban!
De repente, oí un ruido en la puerta del cuarto. ¡Alguien estaba queriendo entrar! ¿Sería Susana? Mi gozo en un pozo; era el animal de Carlos. Me acurruqué al fondo del cuartucho. La forma que tenía de mirarme no me gustaba nada; hasta creí ver un poco de saliva que le salía por las comisuras de la boca. Entró levantando los brazos de forma amenazadora; era más alto que yo y estaba claro que era más fuerte.
—Ahora verás — me dijo sin perder su aviesa sonrisa — no te preocupes, que no te va a doler. Les voy a hacer un favor a los demás, pues cuando vuelvan ya estará todo hecho. Y mi hermana no se va a enterar…
Empecé a asustarme de verdad; el gamberro de Carlos se acercó a mí, me agarró por el cuello con una mano y con la otra me cogió la cabeza, girándola como si fuese un sacacorchos alrededor de mi propio cuello… ¡me estaba asfixiando! Intenté defenderme, pero el animal aquél se me echó encima inmovilizándome y continuó con sus maniobras asesinas.
En ése momento, probablemente por el ruido que estábamos haciendo, apareció Susana en el quicio de la puerta con una escoba en las manos, con la que le arreó a su hermano con todas sus fuerzas.
—¡Eres un mamón! ¿No te he dicho que le dejes en paz?
Afortunadamente, tras el golpe, Carlos me soltó y mi cabeza deshizo el par de vueltas que ya llevaba encima y por fin pude volver a respirar. ¡Qué poco había faltado! Menos mal que mi cuello es muy flexible y no se partió. ¡Qué bruto el chaval!
Susana se acercó a mí y me rodeó con sus brazos, acariciándome la cabeza; yo me dejé hacer, emocionado como estaba.
—Pobrecito — me dijo ella — conmigo estás a salvo. No dejes que se te acerque otra vez el bruto éste…
Puse mi cabeza en su regazo, cerré los ojos y me sentí feliz; ya ni me acordaba del mal momento que había pasado.
Pero las sorpresas de aquél día no se habían terminado. De repente, los tres oímos ruido de cristales rotos en una de las ventanas, una más pequeña que había en el baño y que no tenía barrotes, por falta de previsión en su día.
—¡¡Son ladrones!! — gritó Susana, muy asustada.
Carlos nos miró a los dos y salió corriendo, pero no a donde creímos que iba, a ver quién era, sino que tiró a toda velocidad para el piso de arriba. Estaba claro que iba a esconderse, el muy cobarde.
Susana se quedó petrificada, permaneciendo en la cocina, sin hacer ruido.
Por la ventana aquella habían entrado dos individuos con un pasamontañas; al oír los pasos del chaval subiendo la escalera, se alarmaron.
—¿No me habías dicho que aquí no iba a haber nadie? — soltó uno de los intrusos, dirigiéndose a su compañero.
El otro se mordió los labios; con el pasamontañas no se notaba.
—No conté con que los niños se quedaran aquí solos… vamos a ver dónde están. Tú mira arriba entre que yo voy a la cocina…
Mientras que el primero subía despacio las escaleras, el otro se dirigió a la cocina, donde Susana se había escondido debajo de la mesa. Lo malo es que se la distinguía demasiado bien, por lo que el tipo no tuvo más que meter la mano debajo y agarrarla por los pelos. La joven empezó a resistirse, pero el otro no la soltó. Harto de la resistencia de la chica, le dio una bofetada.
—¡Cállate! ¡Ya me estás diciendo dónde guardan tus padres las joyas y la pasta!
La bofetada encendió a la chica y la rabia pudo más que el miedo; sobre la encimera había un cuchillo, lo agarró e intentó clavárselo al ladrón, pero éste logró apartarse a un lado a tiempo, sin poder evitar recibir un corte profundo en un brazo.
El ladrón, enfurecido, agarró a Susana y la tiró al suelo.
Al ver aquello desde mi cuartucho aledaño a la cocina, que mi querida niña estaba siendo atacada y maltratada de aquella manera, se me nubló la vista de rabia, salí del habitáculo que con el jaleo se había quedado con la puerta abierta y me abalancé sobre el canalla aquél, que no se esperaba a un tercero en discordia. Con mis afiladas garras rompí el pasamontañas, le rajé la cara y le clavé el pico en un ojo, que salió de su órbita y se quedó colgando fuera. La imagen resultaba grotesca, pero no para el ladrón, que empezó a aullar como un poseso, corriendo de un lado a otro del salón, sin saber por dónde iba. Yo le perseguí a grandes saltos, me subí al armario sin darme cuenta de que tiraba todo el cacharrerío que había encima, de ahí volé a la lámpara rompiendo varias bombillas y desde esa elevada posición piqué contra el intruso agarrándome a su cabeza, clavándole mis garras todo lo hondo que pude, haciendo que se fuera al suelo sin poder ya defenderse.
En ese momento apareció el otro bandido, que había bajado por la escalera llevando cogido a Carlos de un brazo, atónito por lo que estaba viendo. El muchacho, al notar que la presión en su brazo disminuía, se soltó de golpe y con todas sus fuerzas le atizó una patada en la espinilla, haciendo que el ladrón se retorciera de dolor; Susana, al mismo tiempo, agarró la escoba y le dio un fuerte escobazo. Al ver la reacción de la chica desde la lámpara en la que yo estaba subido, decidí repetir la misma maniobra aeronáutica, subiéndome encima de la cabeza del intruso y clavándole el pico repetidamente. Al mismo tiempo, el chaval le estaba pegando unas tremendas patadas en las costillas y Susana le metía el palo de la escoba en salva sea la parte, haciendo que el intruso perdiera el sentido de puro dolor.
El primer bandido rebulló y se levantó con dificultad intentando escapar, agarrándose el ojo que llevaba fuera. Me dije que eso no estaba bien y volví a lanzarme “a estilo cóndor” sobre él, subido en sus hombros y clavándole el pico; el hombre iba de un lado al otro del salón sin ver, rompiendo la cristalería y todo lo que pillaba en su camino; tropezó con una silla y se terminó golpeando la cabeza contra una esquina de la enorme y maciza mesa, perdiendo también el sentido.
Ya más tranquilos, nos quedamos los tres sentados en el suelo, jadeantes; los chicos me estaban mirando con asombro. Susana, con los ojos muy abiertos, se acercó a mí reptando sobre sus rodillas y me abrazó. Naturalmente, yo me acurruqué en su regazo, cerrando los ojos y sintiéndome feliz.
—¡Nos has salvado la vida! — me susurró la muchacha acariciándome la cabeza con ternura.
—¡Todavía no me puedo creer que le debamos la vida a un pavo que nos íbamos a comer mañana! — añadió por su parte el chico, alargando su mano hacia mi ala derecha — perdona, macho, te juro que no volveré a intentar matarte...
Ni se daba cuenta el chico que le estaba hablando a un pavo…
Y es que yo, me da vergüenza decirlo, soy un pavo, feo y negro zaíno, con un plumaje ralo y despeinado, no como mis primos, mucho más guapos, que campan libres por los idílicos jardines del Palacio Real; a lo mejor se llaman “pavos reales” también precisamente por eso…
En ese momento, se oyó el ruido de una llave en la puerta de la casa; ¡llegaban los padres!
Cuando don José y su mujer entraron en el salón, no se podían creer lo que estaban viendo; allí parecía que se había desencadenado una batalla campal, cristales por todo el suelo, la lámpara medio rota, las sillas volcadas, y a sus chicos sentados en el suelo con el pavo que se iban a comer al día siguiente retozando en el regazo de su hija.
—Pero… ¿qué ha pasado aquí? — inquirió D. José, todavía atónito, mirándome a mí con alevosía, pues todo indicaba que el causante de aquél destrozo había sido yo — ¿Por qué habéis sacado al pavo de su recinto?
Justo cuando decía eso, se dio cuenta de la presencia de los dos ladrones tumbados sin sentido y con la cara ensangrentada. Tanto el padre como la madre pegaron un sonoro respingo.
—¿Y éstos? ¿Quiénes son? ¿Qué pintan aquí?
—Pues que a lo mejor gracias a este pavo, que nos ha salvado la vida, seguís teniendo hijos, aparte de las joyas y el dinero que estos tipos se hubieran llevado — le respondió Susana con firmeza, mirando de reojo también a su madre.
—Bueno, yo le he pegado a éste unas cuantas patadas… — interrumpió el chico, queriendo llevarse algún mérito.
—Sí, pero cuando el trabajo ya lo había hecho el pavo como una furia divina y habiéndole sacado el ojo a uno… ¡no te digo, el valiente, escondido bajo la cama! — Susana estaba lanzada — Desde luego, el que pretenda matar a este pavo, tendrá que pasar primero por encima de mi cadáver!
De repente, a la muchacha le entró la risa floja.
—¿De qué te ríes? — le preguntó doña Carmela.
Su hija le respondió entre lágrimas de risa.
—¡Pues que me estoy imaginando la cara que van a poner los de la policía cuando vengan a llevarse a estos tipos y les contemos que el héroe ha sido el pavo!
Poco a poco, los padres fueron digiriendo lo que había pasado, aunque todavía les costaba creerlo; al principio, viendo el desastre en el salón, habían creído que estaban siendo engañados, pero a la vista de los dos ensangrentados individuos, no había duda.
Lo cierto es que D. José ya me miraba de otra manera; se le veía profundamente conmovido y agradecido, lo mismo que doña Carmela.
                                                       * * *

 Al día siguiente, en Nochebuena, nos encontrábamos todos celebrándola en el comedor de la casa, bien engalanada con motivos navideños.
Allí estábamos todos, incluso yo; mi querida niña había colocado un gran cojín encima de una de las sillas de la mesa, a su lado. Formábamos un cuadro enternecedor: el padre, presidiendo la mesa, la madre, poniendo cara de circunstancias sin poder evitar una sonrisa mirando a su “prevista cena”, que era yo,  sentado a la mesa moviendo feliz mi apéndice colorado bajo la nariz (bien se podía decir que la cena no era moco de pavo); el chico, guiñándome un ojo  y Susana sentada a mi lado echándome un brazo por encima del lomo. Y yo feliz, claro.
A los postres, el padre nos miró a todos entre serio y divertido.
—Bueno, teniendo en cuenta lo sucedido, no he tenido inconveniente en que pasemos las fiestas compartiendo nuestra vida cotidiana con tu pavo, hija mía, pero todo tiene un final. ¡No querrás que esta extraña situación dure toda la vida! Está claro que no nos lo comeremos, pero, ¿qué hacemos con él? El pobre bicho tampoco se debe sentir bien en esta situación por mucho tiempo…
Me estremecí; para mis adentros me decía “Yo quiero estar al lado de mi Susanita, para siempre…”, pero no me salían las palabras y sólo era capaz de repetir “glo, glo, glo”, mirando alternativamente a D. José y a mi chica, con cara de pavo degollado.
—¿Alguna idea? — preguntó el padre, mirando a todos.
Susana se me quedó mirando; parecía que hubiera leído mis pensamientos.
—La verdad es que he llegado a querer mucho a este animalito, aparte de lo agradecida que le estoy por lo bien que me ha defendido, pero comprendo que no puedo retenerlo conmigo para siempre. No funcionaría. Sin embargo, tengo una idea que me parece pueda ser la solución.
Todos, hasta yo, la miramos expectantes.
—Primero le vamos a poner un nombre: “Príncipe”. Y luego, te voy a pedir una cosa, papá; si no la haces, Príncipe se quedará aquí conmigo para siempre.
Don José enarcó una ceja, sin adivinar lo que le pediría su hija.
—No me preguntes cómo lo sé, pero Príncipe quisiera ser un pavo real, como ésos tan bonitos que hay en los jardines del Campo del Moro. Tú eres uno de los mejores cirujanos plásticos de España; estoy convencida que si dispones de las suficientes plumas, serás capaz de injertarlas a Príncipe…
Me estremecí; ¡Convertirme en pavo real! ¡La ilusión de mi vida!
Susana me clavó su mirada con los ojos chispeantes; lo único que supe hacer fue mover la cabeza de arriba a abajo y tratar de sacar una mueca que se pareciese a una sonrisa, pero con el pico eso era un rato difícil; sin embargo, lo entendieron.
—Papá, por favoor… — dijo Susana mirando a su padre de forma que éste no pudo negarse.
* * *

El invierno ha pasado y ya estamos en primavera.
Caminaba yo cerca de la fuente que hay en el centro del Campo del Moro, cuando vi a lo lejos a una pavita preciosa que me miraba desde debajo de un banco. El corazón me dio un vuelco; ¡ésa era mi chica!
Me acerqué a ella hinchando el pecho todo lo que pude y procedí a abrir mi cola en todo su esplendor. La pavita se acercó a mí con un tierno “glo, glo”, significando que aceptaba ser mi novia, rendida ante mis encantos.
Al cabo de no mucho tiempo, la imagen de Susana se fue borrando poco a poco de mi memoria, como si se difuminase.
Un día me visitó; al verme tan bien acompañado, sonrió. Y yo también.

KS, Navidad 2017










2 comentarios:

  1. ¡Me vuelves a impresionar! Eres un gran escritor de cuentos; en éste, mantienes el interés hasta el final como un 'Ágatho Christie'. Mucha inventiva, ternura y un desenlace inesperado tras un comienzo de malas relaciones entre la familia y el pavo ¡ya querrían muchos profesionales escribir como tú!

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  2. Muchas gracias, Rafa.
    Hombre, luego me he dado cuenta que el detalle del ojo arrancado no es muy tierno o navideño...
    Es cierto que he intentado desvelar el "misterio" poco a poco; cada lector podría preguntarse en qué momento ha descubierto la identidad del que habla en primera persona.
    ¡Feliz Año!

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